Vamos a empezar el verano con dos cruentas guerras abiertas que están acabando con la vida de miles de personas en Palestina y en Ucrania. Algo que nos parece tocar muy de lejos. Sin embargo, aquí en España, se libran otras batallas más domésticas y que sirven poco más que para comentar en las terrazas de los bares o de gritos en las redes. Eso está más cerca.
La corrupción, los bulos, el eterno enfrentamiento por el agua o la energía nuclear son asuntos más de andar por casa o nos pilla aquí al lado. Sobre bulos poco hay que decir: mentiras que acaban esfumándose en poco tiempo pero que hacen el daño suficiente como para huir de ellas.
La corrupción es un mal endémico de la cultura española que, por mucho que se le persiga, seguirá apareciendo donde menos te lo esperes. Y no se trata de hablar de barrios, en todas las aceras siempre habrá un corrupto.
Si cogemos el testigo del agua, el asunto ya nos ataca de lleno. En Levante siguen creyendo que el Tajo, el Ebro y cualquier otro río que les pueda proporcionar sustento son suyos. Maquiavelo dictó sus pensares pero la Justicia y la Unión Europea proporcionan otras reglas que no les gustan demasiado.
Y si hablamos de energía, prepárense para lo que tiene que venir tras el famoso apagón de hace semanas. Según los especialistas, subirá el precio de la luz y ahora las nucleares no parecen tan malas.
En Castilla-La Mancha, con Trillo, y zonas limítrofes como Almaraz, en Cáceres, muchas familias dependen de su trabajo en esas centrales. Pero –además– los reactores que funcionan cerca de Talavera de la Reina cubren aproximadamente el 7% de la demanda eléctrica anual de España, algo así como la energía consumida por 4 millones de hogares del país. Me alegra saber que la ministra de la cosa se haya dado cuenta que hay que prorrogar su vida útil.
Otra cosa es que hubiera reparado en las consecuencias de su idea de cierre. Ya lo dije una vez, cuando no hay plan sólo existen ocurrencias.
Si (
No(
