Carlos Granda
Redacción La Voz del Tajo | Miércoles 23 de abril de 2014
Los tanques siguen en la calle, por los rincones de la ciudad emana el gas lacrimógeno y las balas al cielo dispersan a un pueblo enfervorecido y deseoso del cambio.
Este es el panorama que presentan los principales barrios de El Cairo desde que hace unos días el populacho estallara contra el régimen de Hosni Mubarak. Los motivos, son bien sencillos, miles de jóvenes de desempleados sin futuro aparente en el horizonte se echan a las calles para exigir el final de un gobierno dictatorial, corrupto y dañino para el desarrollo que se eterniza en el poder bajo una careta democrática que ya a nadie convence.
Como Kin Jong Il en Corea del Norte, Ahmadinejad en Irán o Chávez en Venezuela, Mubarak se ha aferrado al poder (y ya lleva la friolera de treinta años) con unos ideales paranoicos y autócratas que mantienen al país anclado en el pasado y que impiden cualquier atisbo de cambio. Parece mentira que en pleno siglo XXI existan países, y no pocos, sometidos a los caprichos de un grupo de tiranos en su mayoría geriátricos y seniles cuya única pretensión es preocuparse para que todo esté atado y bien atado para perpetuarse en el poder a costa de tener en la miseria a millones de personas.
Si los chorizos, mangantes, chupones y sinvergüenzas copan los gobiernos de los países democráticos a pesar de las leyes existentes en los mismos para que esto no ocurra, no es difícil entender que este tipo de caraduras pueda campar a sus anchas durante años en auténticas dictaduras auspiciados bajo la fachada del progreso.
Cualquier actividad opositora se ve aplastada en estos países que giran en torno al ombligo de un dictador pero, en tiempos en los que la crisis económica mundial agrava más si cabe la precaria situación por la que atraviesa el pueblo, éste se echa a la calle jugándose incluso la vida para intentar paliar la situación. Y esto es lo que está pasando estos días en Egipto.
Pero el conflicto contra el régimen de Mubarak es mucho más que un asunto de política interna. El efecto internacional que puede tener en el resto del mundo sería de bastante importancia ya que el país de los faraones es frontera con Israel, contención del integrísimo de la zona del Magreb, llave de paso del Canal de Suez y vecino de las monarquías que controlan el petróleo. Por eso, lo que ocurre estos días en las concurridas y envejecidas vías de El Cairo encierra componentes que determinaran el futuro de las relaciones egipcias con muchos países de Occidente y Oriente.
Economías derrumbadas, miseria y millones de vidas perdidas son el resultado que arrojan estas dictaduras ante la frialdad e indiferencia mostrada por un mundo con una mentalidad cada vez más global pero tristemente idiotizada por un sinfín de trivialidades que impiden ver el horizonte y les conduce a repetir y consentir los errores del pasado una y otra vez. Parece mentira que esto siga pasando en pleno siglo XXI.
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