Víctor Borreguero
Redacción La Voz del Tajo | Miércoles 23 de abril de 2014
Sólo los árboles viven. El bosque no existe, es como la oscuridad, la noche o el día: un señuelo para justificar, distraer, olvidar... Eso que os filósofos llaman “ausencia de ser”.
Prefiero los árboles al bosque. Puedo acariciarlos, abrazarlos, explotarlos, hablarlos… Los árboles me escuchan y me hablan, igual que una madre. Los árboles “son”. El bosque “no es” y bien que lo siento.
En la agonía del verano, otro bosque, me topo con el superministro Blanco, un árbol, diciendo que “el Partido Popular ha sacado la motosierra para cortar de raíz el Estado del Bienestar”. Como el bosque y el verano, el “Estado del Bienestar” es un simple concepto; igual que la “Bonorum possesio sine re”, la posesión de bienes sin cosa. Solo le importan las frasecitas. Anda en el bosque de las entelequias y los suspiros mediáticos –por cierto, las motosierras no pueden cortar árboles de raíz, eso queda para las excavadoras. Hay que decir a su escribidor que mida más las palabras–.
Los árboles son las personas que nacen, crecen, se reproducen y mueren, No sé si se divierten, pero a veces forman partidos políticos que juegan al escondite.
Preferir los árboles al bosque no es lamentar el tiempo perdido sino preferir el ser a la nada. Como la vacaloura (“ciervo volador”) de los robledales gallegos, que de larva pasa varios años alimentándose de madera con un apetito tan voraz que con solo un gramo de peso pueden llegar a comer en un solo día 22 centímetros cúbicos de madera. Cuando la vacaloura sale a la luz, se alimenta de la savia de los árboles y del zumo de las frutas maduras. Un par de semanas volando y poniendo huevos, y la vacaloura se muere como todo bicho viviente. Es una especie en regresión.
Noticias relacionadas