OPINIÓN

Carpe agrum

Salvador Aldeguer

Irene González Moreno | Miércoles 23 de abril de 2014
Lo que empezó como un paseo para mantener a raya los triglicéridos, ponerle riendas al colesterol y estabilizar la presión arterial, se ha convertido en un ritual que va mucho más allá de estos sanos y saludables objetivos.

Al igual que en tantas otras cosas, las razones han pasado a ser simplemente consecuencias, y en su lugar, y de una absoluta manera natural, otro tipo de beneficios han escalado puestos en la lista de prioridades que me llevan a dar este paseo de siete kilómetros. Son tres kilómetros y medio desde la puerta de mi casa hasta el cartel de entrada del pueblo, y otros tantos desde el pueblo a la puerta de mi casa. Los primeros setecientos metros son todos en bajada, lo cual se agradece, aunque a medida que voy bajando, soy consciente de que a la vuelta, esa generosa bajadita se va a convertir en una empinada cuesta similar al Col du Tourmalet. Por lo general, el paseo lo doy por la mañana, antes del primer café, y, aunque debido a mi incipiente rinitis alérgica primaveral, me aconsejan que a esa hora debería dar el paseo con una mascarilla, me niego a dar un garbeo por el campo con la apariencia de Darth Vader, y me enfrento a la nevada de polen con la dignidad y resignación necesarias como para que deje de importarme que a mitad del camino mis ojos empiecen a llorar igual que los de una plañidera profesional. Me pongo los auriculares del mp3 y activo la opción ‘random’ es decir, que el chisme escoge los temas musicales aleatoriamente, o, como me corregiría mi incorregible amigo Manuel Baylina, ‘al buen tuntún’. Dejo también mi mente en ‘random’ y durante los siete kilómetros repaso y perfilo ideas; tomo decisiones que requieren su tiempo; busco alternativas a tramas y situaciones que la noche anterior parecían tener una complicada solución; subrayo mentalmente prioridades e intento organizarme para acoplarme al orden natural de las cosas. Hasta que llega el ‘momento vacas’. Durante el recorrido hay un tramo en el que las vacas pastan ‘al buen tuntún’ y siempre me detengo a observarlas. Me relaja porque las veo felices, ajenas a su futuro, sin estar pendientes de su pasado, y disfrutando del presente, algo que con toda seguridad, ellas denominan el ‘carpe agrum’. Y me hace gracia porque al tiempo que yo las observo, algunas de ellas también me observan a mí, y lo sé, porque hago un amago de moverme a la izquierda o a la derecha, y me siguen con un movimiento de cabeza. Y ahí nos quedamos, mirándonos fijamente durante un rato, compartiendo esa sensación de ‘carpe agrum’ en la que todo se percibe desde una perspectiva más sencilla y el tiempo se ralentiza, igual que el parpadeo del ojo de una vaca. Y vuelvo a casa con un par de ideas rumiadas, la lista de tareas organizada, y la sensación de que lo peor que se puede hacer con un día es perderlo.

Manzana – S.
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