Si hoy les hablara de cualquier otro asunto estaría obviando cada minuto de ansiedad que hemos vivido en las últimas 72 horas y mi oficio tiene la actualidad como herramienta.
El común de los mortales que habita este país ha sido desarmado en cuestión de segundos, se ha encontrado prácticamente desnudo sin haberse dado cuenta. Se nos apagó la luz.
Esa factura por la que tanto protestamos, y que nos amarga cuando llega a fin de mes, ha cambiado su significado para cada español. Ya no es tan cara, nadie habló de ella estos días. El gran apagón nos debería haber enseñado muchas cosas pero, en esta tierra, la memoria cada vez está menos de moda. ¿Se acuerdan aún de la pandemia?
No sólo se trataba de encender la luz, de ver la tele, de cocinar o de enviar un correo. Hemos sometido nuestra vida a un aparato que llevamos en el bolsillo y del que no podemos prescindir.
Estos días hemos descubierto que las conversaciones cara a cara, las relaciones personales de verdad, el valor de un buen libro en papel, un juego de mesa o hasta una simple lata de atún tienen un valor mucho mayor del que creíamos.
Deberíamos haber descubierto que la vida es una cosa muy diferente a lo que creemos en la actualidad, año 2025. Pero no será así. En una semana tendremos muesca nueva en el revólver y pasaremos a ocuparnos de otra cosa.
Sólo quien haya reforzado sus valores, los que había cultivado y los que desee reforzar, habrá aprendido una lección. Y el problema mayor no será para los que pertenezcan a la generación del baby boom, que ya peinan canas (el que las tenga).
El abismo se abre ante quienes empiezan a despertar a la vida real y cuentan con dependencias como un enchufe que les dé la energía que necesita su móvil, su tablet o la tele de casa. ¿Creen ustedes que puede haber aún esperanza?
Mi recomendación, más aún con el 23 de abril tan reciente, es que busquen la luz y la paz que ofrece… un libro, sea el que sea. Se puede convertir en el mejor bálsamo contra la ansiedad, en el mejor aliado contra el desconocimiento, en el mayor pozo de sabiduría y, además, no necesita ni pilas ni batería. Alguien, incluso, habrá descubierto que tenían alguno por casa. Lo malo es que haya tenido que soplar para quitarle el polvo.