En la primavera del año 1.509, seiscientos hombres reclutados de forma voluntaria por el Cardenal Cisneros en Talavera y la comarca de la Jara, se embarcaron rumbo a la costa africana, con un ambicioso objetivo: la conquista de la ciudad de Orán. Estos hombres, en su mayoría campesinos y cazadores, iban bajo el mando de Bernardino de Meneses, que tras la exitosa campaña militar pasaría a la posteridad como El Adalid Meneses, término que proviene del árabe al-dalil y significa el guía o líder.
El mayor número de soldados de la leva talaverana eran traspontanos (pertenecientes a la comarca de la Jara), muy diestros saeteros, debido a la abundancia de jara en su terreno, y por tanto, a la habilidad que tenían para fabricar flechas, según informa el cronista de la época Alvar Gómez de Castro. En su mayoría pobres cazadores y colmeneros, gentes que nunca habían visto el mar, se alistaron a un viaje lleno de peligros, intentando hallar fortuna en la lucha contra el sarraceno. Esta era la oportunidad de sus vidas, y así fue como hicieron historia.
El día 16 de mayo de 1.509, ochenta naos y diez galeras transportaron a la armada hispana desde Cartagena hasta la cercana ciudad de Mazalquivir. Pero esta historia se gestó muchos años antes, cuando la Reina Isabel I, la Católica, tras reconquistar Granada, visitó la ciudad de Melilla. Entonces tuvo una visión, que así dejó ordenada en su testamento: “que no cesen de la conquista de África”. El mandato de la reina no fue puro capricho, sino que perseguía dos importantes fines: asegurar las rutas comerciales marítimas, acabando con la piratería bereber, y continuar con la Reconquista de los Santos Lugares (bula ineffabilis 1495)
Quiso la reina que, tras su muerte, esta misión fuera dirigida por una persona de su confianza. Francisco Jimenez de Cisneros, conocido como el Cardenal Cisneros, su confesor y consejero, inquisidor, Arzobispo de Toledo y regente de Castilla, fue el elegido. A pesar de su avanzada edad, el anciano cardenal le ofreció al Rey Fernando una expedición de conquista a la ciudad de Orán, financiándola él mismo. La única condición que puso al monarca fue la adscripción de estos territorios a la Archidiócesis de Toledo. Éste accedió y nombró al Cardenal Capitán General de África, decisión duramente criticada por todos los nobles, incluido el propio Capitán Pedro Navarro, quien quedaría como mando militar relegado a las órdenes del religioso.
Tras largos preparativos, el día 18 de mayo llegaron las tropas a la ciudad de Mazalquivir. Allí quedó el anciano rezando, mientras los soldados marchaban a Orán bajo el mando de Pedro Navarro, y entre ellos, el grupo de los seiscientos capitaneados por Bernardino de Meneses, un hombre de armas nacido una acomodada familia talaverana.
El relato de la batalla que ha trascendido a través de la carta del cardenal dirigida a los de Toledo, está plagado de acontecimientos milagrosos que no dejan lugar a dudas de la intervención divina a favor de la verdadera fe: “Ovo grandes misterios y milagros en este gran viaje” Se describe un viento a favor durante la travesía, la visualización de una cruz en el cielo, una niebla oscura que se cernió sobre el campamento musulmán, buitres volando sobre la ciudad, una visión de Mahoma en forma de jabalí, la detención del sol, etc. “Es claro que presto quiere que toda África sea nuestra”
La toma de Orán, fuertemente fortificada, fue un ataque duro y basado en el ingenio, aunque ciertas fuentes afirman que “lo cierto es que el Cardenal tenía inteligencia, y sustentaba buenas espías en la ciudad “(Sprit Fleicher). Hubo además divisiones y desavenencias continuas entre el Cardenal y Pedro Navarro. El Adalid Meneses, junto con sus hombres, y el alférez talaverano Fernán Gómez de Padilla, tomó rápidamente la Puerta Canistel de la ciudad y colocó el pendón de Talavera, contribuyendo de esta forma a crear el desconcierto entre las tropas musulmanas, que interpretaron que la ciudad ya había sido conquistada. Desde entonces esa puerta recibiría el nombre de Puerta de Talavera. Las llaves de su cerradura fueron entregadas a la Virgen del Prado, como ofrenda, por el Adalid y sus hombres, y aún hoy pueden contemplarse a un lado del Altar Mayor. Al otro lado, la espina de un pez sierra que vino incrustada en el armazón del barco que les trajo de vuelta a sus casas, a salvo. Es probable que estos humildes talaveranos y jareños, tuvieran más miedo del mar que de la propia contienda.
La historia de la victoria de Orán fue difundida y propagada, mediante cartas impresas dirigidas a todos los rincones de España y de Italia, con la finalidad de ser leídas y relatadas en todas las reuniones de la nobleza y el alto clero. Esta era la forma en la que se llevaba a cabo la propaganda bélica en la época. La batalla ha sido relatada por historiadores y cronistas antiguos como Alvar Gómez, Juan de Mariana, Ildefonso Fernández. Más recientemente ha sido rememorada por José María Gómez Gómez, Miguel Méndez-Cabeza y llevada a una versión de cómic por Carlos Peinado. Hay un fresco de Casiano Alguacil (1.885) en la capilla mozárabe de la Catedral de Toledo, que retrata el episodio bélico, y en el año 2.024 se inauguró en Alcalá de Henares un lienzo del pintor Ferrer-Dalmau, sobre esta misma temática. Y es que, la conquista de la ciudad de Orán, no fue una batalla cualquiera entre vecinos, sino que fue el comienzo de la consolidación del poder de Rey Fernando en el Norte de África y sembró la ilusión de una gran cruzada, que cristalizaría años después con la Santa Liga y la Batalla de Lepanto (1.571).
En las paredes de la Basílica del Prado puede verse un homenaje a los hijos ilustres de Talavera. En uno de los cuadros de honor figura Bernardino Meneses, nombrado por el Cardenal Gobernador de Murcia, por sus hazañas como hombre de guerra. De su casa palacio no queda nada, salvo su escudo, que se encuentra en una de las paredes exteriores de la Basílica. Este escudo de armas que se acompaña de dos esculturas de grifos (leones) estuvo durante mucho tiempo en la pila de agua del Paseo Padre Juan de Mariana, que por este motivo recibe el nombre de Paseo de los Leones.
Bernardino de Meneses a su muerte en 1.542, fue enterrado con honores en una capilla del Convento Agustino de la Villa de Arenas. El resto de los seiscientos, regresaron a sus pueblos de origen, tal vez con algunas monedas en sus bolsillos, o con algún objeto precioso obtenido durante el saqueo de la rica ciudad africana, sin pena ni gloria, pero con una muy interesante historia, sobre viajes en el mar y tierras moras, que contar a sus hijos.