Volvemos de vacaciones y hablar de Palestina es hablar de la tragedia más incómoda de nuestro tiempo. Una población entera vive cercada, bombardeada, expulsada de sus casas y condenada a sobrevivir en ruinas mientras el mundo acumula comunicados tibios y discursos huecos.
Allí, cada día se mide en litros de agua, en la espera de medicinas que no llegan, en funerales que se repiten hasta la rutina... El conflicto no es un debate de salón: es la constatación de que se puede despojar a un pueblo de su dignidad con total impunidad.
Y, sin embargo, aquí en España la épica política parece haberse degradado a un nuevo formato: la huelga de hambre del alcalde de Noblejas. Sí, porque mientras en Palestina se ayuna por obligación, por hambre real y forzada, aquí un dirigente municipal ejerce como héroe de sobremesa y decide dejar de comer como método de presión institucional. Qué casualidad que la medida llegue justo cuando los titulares escasean y la atención mediática necesita un nuevo cebo.
Lo que podría parecer un gesto de sacrificio personal se revela en realidad como un chantaje emocional de manual. Es el viejo truco de “o me haces caso o me muero en directo…” versión municipal. En lugar de negociar con argumentos, se negocia con ayunos cronometrados y comunicados dramatizados. Felicidades, ha convertido la política en un “reality show” donde la víctima principal es el sentido común. Es como un niño que amenaza con aguantarse la respiración hasta ponerse azul, solo que aquí hablamos de un adulto con cargo público y presupuesto municipal.
Lo más grotesco es el intento de dotar a su huelga de un aura épica, como si su ayuno se equiparase a las luchas históricas contra dictaduras o injusticias sociales. No, señor alcalde: lo suyo no es resistencia, es postureo con tripa vacía. Usted no está desafiando a un régimen opresor, está jugando al mártir de pasillo para sacar ventaja en una negociación política.
La causa palestina nos enfrenta al drama de un pueblo sin derechos; la huelga de hambre noblejana, en cambio, nos enfrenta al drama de un político sin agenda. Allí se muere porque no queda otra opción; aquí se amenaza con dejar de comer porque no queda otra idea. En Palestina el hambre mata en silencio. En Noblejas, el hambre se convierte en micrófono. Allí los cuerpos se apagan porque no queda comida. Aquí, el cuerpo se adelgaza estratégicamente para engordar titulares. Y en ese contraste, hay hambres que dignifican… y hambres que solo sirven para hacer ruido con el estómago vacío.