El pasado viernes por la noche, tras una mañana radiofónica en "Olmedo en la Única" desde La Única FM, los acalorados debates sobre las manifestaciones de un lado y otro a cuenta del casí mítico Nodo logístico me predisponían a que estas líneas versaran sobre esta crisis de andar por casa,
en la que unos y otros se arrogan la defensa de Talavera a capa y espada cuando, a la hora de la verdad, está ciudad desgraciadamente agoniza entre la indiferencia del gobierno de Castilla-La Mancha y la incapacidad de las corporaciones locales que a lo largo del tiempo han gobernado en la Plaza del Pan.
En estas estaba, cuando los medios de comunicación y las redes sociales me trajeron las primeras noticias de los atentados brutales cometidos en París por terroristas islamistas. A fecha de hoy todos conocemos de sobra el relato de los hechos y sus horripilantes consecuencias de muerte y desolación, todos sabemos de dónde provenían y que pretendían tanto sus autores materiales como sus inductores y organizadores.
Logícamente, en este mundo globalizado de manera inmediata surgieron voces de apoyo y solidaridad con las víctimas, ya fuese desde las más altas instancias hasta el pueblo más llano y soberano. Desde todos los ámbitos se escucharon esas frases de hermandad y conmiseración como "Je suis Paris" u otras de análogo sentido. Pero a la vez que estás expresiones de sincero dolor y repulsa, nacieron otras que desde una voluntaria ignorancia o miseria de espirítu, bañadas en un buscado síndrome de Estocolmo, pretendían culpar de este ataque contra la democracia y libertad a nuestros propios dirigentes y, por ello mismo, al pueblo que libremente les votó y ahora muere bajo los disparos de nuestros enemigos.
Aquí sí hay malos y buenos. Así de simple. Déjense de onanismos psicológicos. A un lado están los enemigos de la libertad y la tolerancia, los que decapitan al infiel, lapidan a las mujeres, despeñan a los homosexuales y violan y asesinan a los niños que han cometido el grave pecado de ser cristianos. Ellos son el enemigo de todo lo que defendemos, de un modelo de sociedad libre y demócratica, en la que cada cual construye su existencia conforme a su elección y no siguiendo las pautas obligatorias de religión alguna.
Me da asco y miedo al contemplar a quienes, con una tibieza ruín, nos intentan vender la equidistancia entre ellos y nosotros, como una recua de voceros del enemigo. Esa caterva que, con tal de defender sus dógmaticos intereses, encuentra lejanas justificaciones a aquellos que, de poder, les pasarían por el filo del cuchillo sin contemplaciones. El enemigo es uno y firme en su deseo de exterminarnos, de acabar con la civilización occidental. Y mientras, nosotros estamos infectados, cual gusanos, de quintacolumnistas defensores de las alianzas con el Mal absoluto bajo la apariencia de un hipócrita "buenismo" progresista.
Cerremos las filas, emulemos a nuestros vecinos franceses que, entonando la marsellesa sin distingo de color político, conformaron la avanzadilla en defensa de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Volvamos a mirar a la España que comenzó a crearse en Covadonga y que terminó de adoptar su carácter en 1492. Somos mejores, lo hemos sido y lo seremos. Enterremos a nuestros muertos y volvamos a defender nuestra cultura y nuestra forma de vida. Sin cesiones.