Según relata su romancero, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, cruzó en el siglo XI los entonces territorios musulmanes del norte de Guadalajara durante su forzado destierro. Aquella huida —que la literatura convirtió en epopeya— sigue hoy viva en los paisajes, fortalezas y pueblos que conservan intacto el espíritu medieval de una frontera histórica. La ruta del destierro del Cid que recorre Molina de Aragón, Rillo de Gallo, Maranchón y Estriégana ofrece un viaje cargado de historia, arquitectura y silencio castellano.
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MOLINA DE ARAGÓN: LA GRAN PUERTA MEDIEVAL DEL SEÑORÍO
La primera gran parada del itinerario es Molina de Aragón, una localidad monumental situada en el extremo noreste de la provincia. Su silueta es inconfundible: una poderosa muralla abraza la colina, fundiéndose con un castillo que domina el valle. Las piedras rojizas de sus torres parecen conservar aún el eco de armaduras, pregones y caballeros.
La fortaleza de Molina es un complejo defensivo. Su muralla exterior, jalonada de torres, protege lo que fue el castillo interior, que llegaría a tener ocho torres. Hoy, dos de ellas se conservan en estado de ruina romántica, mientras que otras cuatro muestran sus almenas. Todos los torreones están comunicados por un adarve que invita a imaginar la vigilia constante de los guerreros medievales sobre el territorio.
No menos interesante es el Monasterio de San Francisco, fundado a finales del siglo XIII. Aunque en la actualidad el edificio acoge una residencia de la tercera edad y el Museo Comarcal, sus muros siguen transmitiendo la sobriedad de la arquitectura franciscana. En los paseos por Molina, el viajero descubre además dos barrios que recuerdan la convivencia de culturas propia de la Edad Media: el barrio judío, de calles estrechas y aire medieval, y el barrio de la morería, al otro lado del río Gallo. Entre ambos se alza el Puente Románico, símbolo de la villa, de arenisca roja y tres arcos, con tajamares que cortan la corriente y enriquecen la estampa del conjunto.
Los templos cristianos añaden más capas a su historia: desde la belleza románica de Santa Clara, hasta la reconstruida Santa María la Mayor de San Gil, pasando por el renacimiento de San Pedro, con su elegante espadaña mudéjar, o el neoclásico del Convento de San Francisco.
La ciudad también conserva palacios que hablan del poder de sus linajes: el Palacio de los Molina, conocido como La Subalterna, con un arco de medio punto monumental flanqueado por escudos; el del Obispado Díaz de la Guerra, o los palacios de los Arias y los Montesoro, entre otros.
Cada mes de julio, las calles de Molina reviven su pasado con la fiesta de Nuestra Señora del Carmen. Los caballeros de la Cofradía Militar, vestidos con uniforme blanco y rojo, escoltan la imagen en procesión y realizan la tradicional vela del Estandarte en el Ayuntamiento, un ceremonial que resuena con ecos de la Edad Media.

La leyenda atribuye al Cid una estancia en el castillo de Molina durante su exilio. La visita comienza en la Torre de Aragón, la fortaleza árabe primigenia, desde donde se contemplan panorámicas espectaculares de toda la comarca. Muy cerca, el barrio de Doña Blanca, intramuros de la muralla medieval, conserva los restos de la iglesia románica de Santa María del Collado y la misteriosa Cueva de la Mora, una sima natural envuelta en leyendas.
El recorrido culmina en el Castillo de Don Manrique, construcción del siglo XII que fue la residencia del señor de Molina. Se conservan bóvedas de crucería, restos decorativos y grafitis históricos de soldados que pasaron por la fortaleza. El patio de armas, con sus caballerizas, horno, aljibe, pozo y calabozo, compone un testimonio magnífico de la arquitectura militar medieval.

RILLO DE GALLO: ARTE RUPESTRE Y ECO DEL CID
La ruta se interna en la vega del río Saúco hasta llegar a Rillo de Gallo, una localidad que guarda un tesoro arqueológico excepcional. A dos kilómetros del pueblo se halla el Abrigo del Llano, cuyas pinturas rupestres —Rillo I y Rillo II—, pertenecientes al postpaleolítico, forman parte del Arte Rupestre del Arco Mediterráneo, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1998. El acceso se realiza por un agradable paseo entre campos y rocas rojizas.

El núcleo urbano sorprende al visitante con elementos de la arquitectura molinesa: la Casa de los Marqueses de Embid, con un escudo barroco en su fachada, y la dinámica plaza presidida por una fuente con el busto de Calixto Rodríguez, primer político que venció al Conde de Romanones en unas elecciones. En la misma plaza desemboca el Callejón del Arco, donde se conserva la tradición de que por allí pasó el Cid camino de Valencia.
La iglesia, con su gran espadaña y su reciente restauración, completa un conjunto que mantiene su autenticidad.

MARANCHÓN: NOBLEZA DE PÁRAMO Y ARQUITECTURA SINGULAR
Siguiendo hacia el páramo del Ducado, aparece Maranchón, un municipio que destaca por su urbanismo ordenado y su riqueza patrimonial. Las amplias calles y la abundancia de palacetes recuerdan tiempos de prosperidad, visibles especialmente en la imponente Casa de los Picos, cuya fachada romboidal evoca el estilo del Palacio del Infantado de Guadalajara.

Sus tres torres —la del reloj, la de la iglesia y la de los Olmos— saludan al viajero a la entrada del pueblo. El Ayuntamiento, de finales del siglo XIX, combina elementos tradicionales con una arquitectura más vanguardista. Además, Maranchón posee una plaza de toros neomudéjar, una de las más singulares de la provincia, y la ermita de Nuestra Señora de los Olmos, alcaldesa mayor honoraria del municipio.
Los numerosos restos arqueológicos celtibéricos que rodean el término municipal confirman la antigüedad del asentamiento y ofrecen un interesante contrapunto histórico a su noble arquitectura moderna.

ESTRIÉGANA: LA BELLEZA SILENCIOSA DE LA ARENISCA ROJA
La última parada de la ruta conduce a Estriégana, una localidad que conserva un conjunto arquitectónico de enorme valor. Sus casas, construidas con sillares de arenisca roja, datan del siglo XVII y se caracterizan por sus fachadas sobrias y su armonía con el paisaje.

La iglesia románica del pueblo, las casonas rurales con inscripciones —entre ellas una de 1626 con una cruz en su fachada— y los yacimientos de la Edad del Bronce y la necrópolis celtibérica ofrecen una visión completa de la evolución histórica de este rincón del norte de Guadalajara.
Pasear por Estriégana es descubrir rincones pintorescos, sombras frescas entre muros rojizos y la sensación de estar en un lugar donde el tiempo se ha detenido.

UNA RUTA PARA CAMINAR LA HISTORIA
La ruta del destierro del Cid en Guadalajara no es solo un camino geográfico, sino también un viaje emocional por la frontera medieval, por pueblos donde aún resuenan historias de convivencia entre culturas y donde cada piedra parece guardar un verso del antiguo romancero. Molina de Aragón, Rillo de Gallo, Maranchón y Estriégana conforman un recorrido inolvidable para los amantes de la historia, la literatura y la calma rural. Un trayecto que demuestra que, a veces, seguir los pasos del pasado es la mejor manera de comprender el presente.

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Fotos: ©Turismo de Castilla-La Mancha, Red Hospederías de CLM y Raíz Culinaria.
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