Víctor Borreguero
David Martínez | Miércoles 23 de abril de 2014
Miguel, bilbaíno, 72 años al morir. Profesión: catedrático de griego, escritor, filósofo...
Carácter: engreído, intolerante...; cascarrabias también. Motivación:¿venganza?, ¿rencor?, ¿resentimiento? ¿profetizar? Necesitaba amotinarse y ejercía de provocador:
“¡Ay, triste España de Caín, la roja
de sangre hermana y por la bilis gualda,
muerdes porque no comes, y en la espalda
llevas carga de siglos de congoja!”
Es el primer cuarteto de un soneto inspirado en dos tremebundos versos de Antonio Machado (“España es un trozo de planeta por el que cruza/ errante la sombra de Caín”).
Miguel era un vasco que vivió casi toda su vida en Salamanca. Un personaje inquieto y rebelde, paradójico y contradictorio, ferozmente individualista. Eternamente rindiendo culto a su propia personalidad. Continuamente en guerra consigo mismo. En lucha, siempre contra todo, nunca encontró la paz.
De haber vivido aquí y ahora, se hubiera unido al movimiento “universal” de los indignado y, como si en ello le fuera en la vida, hubiera dinamitado el sarao dejando tras sí más enemigos que amigos.
Un militante del PSOE que manifestó ideas socialistas en su juventud pero que con el paso del tiempo abandonó su militancia y se hizo un dios menor que sustituía el anhelo de europeizar a España por la necesidad de españolizar a Europa. De haber conocido a la Merkel, en su honor hubiera escrito un soneto con estrambote: en los cuartetos, la llegada a los toriles y el principio de la lidia, en los tercetos, banderillas de castigo y adornos con la muleta, en el estrambote, la estocada y la puntilla final.
¡Gran personaje aquel don Miguel de Unamuno y Jugo! “A veces, el silencio es la peor mentira. Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee”. Cosas así decía. Se hubiera suicidado al llegar la primavera, a la hora de la siesta, con tal de seguir vivo en el otoño de los telediarios de la noche.
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