Lagartera es un lugar impredecible. Es ese sitio en el mapa capaz de enredar entre sus hilos a pintores de la luz, como Sorolla, y seducir con sus estéticas a fotógrafos del Nathional Geografic. Conviene siempre visitar Lagartera, especialmente durante la celebración del Corpus Christi.
Aquí parece que las vidas se tejen sin prisas, y las horas se cuentan por centímetros de labor. Las piezas bordadas salen de los arcones, lucen al sol lanzando al viento sus santas historias escritas en lenguaje “de desilao”.
La tradición del bordado en Lagartera es muy antigua, posiblemente anterior al siglo XVI. Según informa Tomás Alía, Catalina de Aragón, ya en el año 1.501, decidió viajar a Inglaterra acompañada de un grupo de lagarteranas, para celebrar sus nupcias con Enrique VIII. Estas mujeres no sólo se ocuparon del ajuar de la futura reina, sino que crearon tendencia en la corte inglesa y en parte de la aristocracia europea, como atestiguan los retratos femeninos de la época.
“Labrandera buena, hebra pequeña. Labrandera mala, hebra de a vara”. La labrandera es un título reservado a la artesana que se dedica a labrar, es decir, a “sembrar” en el deshilado, diferente de la bordadora. Es un arte difícil y que supone aplicar conocimientos textiles ancestrales.
La mujer lagarterana, ha aportado su trabajo a la economía doméstica, ha sido fábrica y escaparate de sus propios productos, y ha hecho de su buen hacer, la seña de identidad de un pueblo.
Cuando alguien se acerca a la fiesta del Corpus Christi, comprende de lo que es capaz Lagartera y las lagarteranas: hacer de su casa un templo y de la calle un altar. Algunos lo consideran un matriarcado en la sombra, yo prefiero llamarlo “el Imperio de la Aguja”.
La fiesta del Corpus Christi muestra la esencia de Lagartera y es símbolo de la unión de su comunidad. Es un museo al aire libre de sus costumbres y es un sagrado momento de espiritualidad. Sus altares se visten para contar historias de vida que pasan de madres a hijas, de generación en generación de labranderas.
Hay alrededor de cuarenta altares montados por las familias a las puertas de sus casas. El altar del Corpus es vestido con piezas que se colocan siguiendo un orden específico, al igual que sucede con el traje de lagarterana. Algunas de estas piezas proceden de los ajuares de novia, de las camas colgadas clásicas. Los partes que componen el altar son similares en todos los casos: por detrás el transparente, arriba el cielo, de frente la delantera, a los lados las colchas de la pasión, y en el suelo la manta picada.
El transparente es una especie de red tejida, que separa el interior de la casa de la calle, y permite ver a la familia la llegada de la Custodia y recibir la bendición. La mesa del altar está formada por el frontal, la sábana sacramental, el paño de los frailes y la colcha de percal. En el altar se colocan imágenes religiosas, frecuentemente figuras del Niño Jesús muy antiguas, de peltre o de papelón, preciosamente vestidas.
Los altares cuentan historias de la Pasión y de la vida de los Santos. Teniendo en cuenta que la mayoría de la población era analfabeta, y que antiguamente las misas se decían en latín, observar tejidas las imágenes de la Biblia, era una forma de evangelizar. También nos cuentan episodios de la historia de la conquista de América, como es el caso de la colcha que relata los enfrentamientos en Perú entre el sublevado Francisco Hernández Girón y el arzobispo de Lima Fray Gerónimo de Loayza. Otras colchas reproducen escenas mitológicas. Se puede decir que, a través de la costura, entraba la cultura.
Pero los altares también nos introducen en historias cotidianas. Nos hablan de la muerte de un familiar, cuando se visten de luto blanco, con colchas de hueso de melocotón, confite o tostones. Nos hablan del ajuar de las novias y de su ilusión por formar un hogar. Nos hablan de costumbres y supersticiones que tienen que ver con la protección de los niños, si observamos los amuletos que llevan colgadas las figuras del Niño Jesús, y que antiguamente portaban los recién nacidos para protegerlos de la influencia de la luna y del mal de ojo. Nos hablan de los corrillos de vecinas cosiendo al sol, de las abuelas enseñando a las nietas. Nos hablan de la tradición de la industria textil en Lagartera, de sus telares de lino que hicieron posibles “las pataratas” y de la antigua fábrica de alfombras picadas.
En definitiva, visitar el Corpus Christi de Lagartera es como abrir un arcón lleno de piezas de historia y de vida, y observarlo sobre un mar de aromas de junco, tomillo y romero. Más allá del arte y la estética de sus calles engalanadas, hay un profundo sentimiento de fe y una arraigada tradición, que ayuda al reencuentro con familiares y amigos, que es motivo de orgullo y celebración, en el día del Santísimo Sacramento.
La fiesta del Corpus Christi perdura invariable en el tiempo y nos sigue haciendo disfrutar, porque es exuberancia pura. Compuesta de multitud de capas diferentes y exquisitas, como un traje de novia, en ella se superponen el arte, la historia, la tradición, la fe, la devoción, la familia, el pueblo, la infancia, la muerte, ... A través del trasparente, hacia el interior de la casa lagarterana, se intuye una vida de esfuerzo y dedicación. Hacia el exterior, como un tamiz de grandeza, sólo se percibe un lujo, que resulta llamativo y ostentoso, pero en ningún caso excesivo.
Lagartera es un lugar impredecible, casi imposible. Siempre tan cerca y tan distinta. Siempre nueva y eterna. Siempre retratada y sin embargo, por descubrir. Tan internacional y tan nuestra. Aparentemente sencilla, pero, sin repetir patrones. Lagarera es parte de nuestro patrimonio cultural, y las guardianas de este inagotable tesoro, son sus sabias labranderas, sembrando la historia.