Septiembre huele a forro de libros nuevos y a ese bolígrafo que misteriosamente ya no escribe el primer día de clase. Pero, más allá de los pupitres y los recreos, comienza también el curso político en España. Y este año, como siempre, no viene con estuche nuevo, sino con problemas de los de verdad: precios que no paran de subir, sueldos que parecen haberse quedado en vacaciones y un horizonte político que se escribe a lápiz porque nadie se atreve a usar bolígrafo.
La vuelta al cole, para las familias, es una carrera de obstáculos. Mochilas, uniformes, material escolar… todo cuesta más. El carrito del súper ya no es un carro: es un remolque cargado de facturas. Y cuando alguien se atreve a mirar la factura de la luz, siente que estudió latín de pequeño, porque no entiende nada. El Gobierno promete medidas, la oposición promete soluciones mágicas y, mientras tanto, la gente hace cuentas en la cocina con la misma seriedad con la que un ministro explica los Presupuestos Generales.
En el Congreso, por su parte, también se escuchan ruidos de pupitre. El tablero está más revuelto que nunca: pactos inciertos, promesas que parecen redacciones improvisadas y un futuro que depende de quién preste el boli para firmar la próxima mayoría. Nadie sabe si habrá estabilidad o si este curso acabará con exámenes extraordinarios en forma de elecciones anticipadas.
El país, en resumen, estudia con el estómago encogido. Porque a la preocupación por llegar a fin de mes se le suma la duda de quién llevará las riendas mañana. Y así no hay forma de concentrarse en la lección. España empieza septiembre como un estudiante al que le piden un trabajo en grupo: todos hablan, nadie se pone de acuerdo y, al final, el plazo vence.
Pero no todo son nubarrones. En medio de la incertidumbre, alguna buena noticia aparece en la pizarra: en agosto, Castilla-La Mancha ha sido la comunidad autónoma que más ha logrado bajar el paro en toda España. Un dato que demuestra que, incluso en tiempos revueltos, se pueden escribir renglones rectos. Tal vez ahí esté una de las pistas de que las cosas sí pueden moverse en la dirección correcta cuando se mezcla esfuerzo con realismo.
La política arranca curso como los niños: con mochilas cargadas, zapatillas nuevas y promesas de portarse bien. El problema es que, a diferencia de los niños, aquí siempre hay quien copia en el examen y otro que rompe el borrador para que no se vea lo escrito. Y así es difícil que el país apruebe.
Pero si algo demuestra septiembre, año tras año, es que siempre hay margen para empezar de nuevo. Los cuadernos están en blanco, las páginas esperan ser escritas y las lecciones todavía pueden aprenderse. Quizá la esperanza esté en que, igual que los niños acaban dominando la tabla de multiplicar a base de insistir, también la política encuentre la fórmula para que el curso no sea solo ruido de recreo, sino una oportunidad de avanzar. Y, con suerte, que esta vez todos podamos aprobar juntos.