Talavera de la Reina despide hoy a uno de esos hombres que dejan una huella profunda y silenciosa, de las que permanecen para siempre en la memoria de un pueblo.
Agustín Sierra Aguado fue, ante todo, una buena persona. Un hombre afable, cercano, siempre dispuesto a conversar y a tender la mano. De los que escuchan con paciencia, aconsejan con sabiduría y acompañan con respeto.
Aunque no cursó una carrera universitaria, tenía la mejor formación posible: la de la vida, la experiencia y la humanidad. Agustín poseía una visión especial para los negocios, una intuición fina que lo llevó a destacar en sectores tan exigentes como el comercio y el inmobiliario. Desde sus pescaderías —que muchos en Talavera recuerdan con cariño— hasta su intensa actividad gestionando fincas, chalets y pisos, su capacidad emprendedora y su ética de trabajo fueron siempre ejemplares.
Pero su verdadero legado va mucho más allá de lo profesional. Agustín era un hombre de corazón amplio, conversador incansable, afable, generoso y siempre disponible para los demás. Quienes lo conocieron saben que su presencia hacía más ligero cualquier día y que su compañía tenía algo de hogar.
Para mí, su sobrino, Agustín fue una inspiración constante. Un referente que enseñaba sin pretenderlo, que demostraba con su vida que la bondad y la dedicación pueden ser la mejor de las carreras. Su manera de estar en el mundo es algo que llevaré siempre conmigo.
Hoy, una parte de Talavera de la Reina queda huérfana. Se marcha un hombre bueno, un trabajador incansable, un amigo fiel y un ser humano excepcional. Pero queda su ejemplo, su recuerdo imborrable y el orgullo de haber compartido camino con él.
Descansa en paz, Agustín. Tu luz seguirá encendida en quienes te queremos.
Escrito por Javier Sierra Sánchez.