Javier Fernández
miércoles 23 de abril de 2014, 10:51h
Antes de irme a la cama y haciendo balance de un fin de semana maratoniano de trabajo no tengo más remedio que dedicar mi columna a una serie de sucesos que han empañado de negro el panorama local en lo que a actualidad se refiere.
Hay asuntos que sobrepasan la labor de un profesional de la información, como son los suicidios, y en esta ocasión hemos tenido que hablar de ellos a pares. Yo no soy favorable a escribir sobre este tipo de acontecimientos, pero tampoco me gusta hablar de asesinatos, violencia de género y un largo etcétera. Pero cuando se trata de los suicidios se me queda mal cuerpo, no estoy a gusto ni habiéndolo escrito ni sin llegarlo a escribir. En los casos de este fin de semana ambos han sido ‘vox populi’, sobre todo el que acaeció el pasado sábado. Todo el revuelo que se armó en plena Avenida de Madrid a las doce del mediodía no pasó desapercibido para nadie, en una hora punta para ir de compras o disfrutar del ocio en el inicio de los tradicionales días de descanso. Efectivos policiales y sanitarios tuvieron que desplegar toda la logística de la que disponen para intervenir lo antes posible. El revuelo en estos casos es inevitable y el morbo está servido, aunque a medida que vas conociendo más detalles más te arrepientes de haberlo preguntado. Ese es uno de los precios que tienes que pagar por determinados oficios. Nutrir de información las páginas de un periódico ‘a costa’ del sufrimiento de una familia. Está claro que nosotros no somos culpables de nada y que a nadie le gusta ver impresa una historia tan privada, pero lo público, público es; máxime en circunstancias como las que se han dado en esta ocasión. Quizá empatizo demasiado con algunas de las historias que me tocan cubrir, pero estoy muy orgulloso de ello y por eso desde aquí mando toda mi solidaridad y apoyo a todos ellos. No me olvido tampoco de otra historia similar con otro ciudadano de la ciudad. Diferente escenario pero idéntica consecuencia. Y lo que yo pienso, cómo tiene que ponerse una cabeza para tomar una decisión tan drástica. Yo creo que eso ya no es fruto del raciocinio, sino que es una conciencia paralela a la real. Y que me cuentan ustedes sobre los 200 kilos de cocaína camuflada en piñas naturales. Gracias a todos aquellos, señores agentes de la UCO, que consiguieron desarticular esa banda y han conseguido evitar que alguien pudiera llevarse a la boca esas cantidades ingentes de polvo blanco como sucedió antaño con los plátanos que ya habían sido expuestos a la venta para los consumidores. ¡Qué el Señor nos pille confesados! Es lo único que se ocurre decir.