Luis Diosdado de Borbón fue ese rey que condujo a Francia durante 72 años, entre los siglos XVII y XVIII, y que eligió el sol como emblema. Y lo hizo porque el sol representa a Apolo, el dios de la paz y las artes; es también el astro que da vida a todas las cosas, que incansablemente nace y se pone todos los días. Por eso a Luis XIV se le conoce como el Rey Sol.
Aquí en España podríamos encontrar una analogía al absolutista gabacho a la vista de lo que está ocurriendo en la cúpula política. Pese a que en el entorno del presidente Pedro Sánchez se afanan en repetir que no se aferran a los sillones, la realidad es otra.
La huida hacia delante que ha protagonizado en sus dos últimas comparecencias, incluso sin comida de por medio; la nueva carta enviada a los militantes de su Partido; el ego desmedido que se demuestra en sus palabras o el miedo a perder el poder por el probable rechazo de quienes le apoyan en el Congreso vaticinan una salida violenta y ponen de manifiesto una desesperación hasta ahora inaudita.
El presidente sol, como podría pasar a la Historia, ha escrito las páginas más flagrantes del maquiavelismo moderno, pensando que 72 años habrían sido pocos en aquellos tiempos en que Francia llegó a ser la primera potencia de Europa.
Y, curiosamente, su caída puede estar provocada no por las crisis o desentendimientos con los catalanes de Puigdemont, el indeseable Otegi, los astutos vascos o los radicales de Podemos, no. El fuego amigo en forma de sus más cercanos colaboradores es probable que haga que Sánchez muera de éxito.
En política, como en la mayoría de las facetas de la vida, los excesos solo traen desgracia y la mesura suele ser mejor consejera. Cuando llevamos ya siete años de película de gobierno de Pedro Sánchez y es más que claro su control del detalle, suena a chiste escucharle hacerse el tonto cuando se han destapado las vergüenzas de Koldo, Ábalos o Cerdán.
Este presidente sol, que aún amanece y ofrece el ocaso cada día, ha entrado en un peligroso bucle al pensar que su persona está por encima del partido al que se afilió, el PSOE, o del país al que representa. Es uno de los peores males de la clase política de este país, que olvidan que su caducidad es poco mayor que la de ese yogur que guardamos en la nevera.
Para lo que venga a partir de ahora… tiéntense la ropa, porque si el termómetro veraniego está dando calor, los grados de la política pueden hacer que el mercurio rebose. La cosa está ardiendo.