Recuerdo los veranos de mi infancia en Talavera (años 80), sumergidos en el verde mar de sus vegas cultivadas. Camino de Las Herencias, como guardianes del regadío, se alzaban misteriosos con sus celosías de ladrillo, aquellos enormes secaderos de la Granja de la Pompajuela. Eran veranos sofocantes de surco y tubo, de azada mañanera de los afanados medieros, y de atardeceres húmedos a golpe de motor de riego.
El cultivo de tabaco en la comarca de Talavera, como resultado de las políticas agrarias franquistas implantadas por el Instituto Nacional de Colonizaciones, fue medio de subsistencia para mucha gente. Por contar algo anecdótico, en el pueblo de las Herencias, esta actividad dio nombre a una familia apodada “Los Tabacos”.
Sin embargo, poco queda en la actualidad de estos oficios, salvo las cuerdas resecas de los antiguos secaderos, incluidos en el año 2020 en la lista de patrimonio cultural en peligro por la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.
HISTORIA DEL CULTIVO DE TABACO. Según expone el historiador Victoriano Guarnido Olmedo, fueron los descubridores del Nuevo Mundo los primeros en introducir el tabaco en occidente, tras observar la costumbre de sus habitantes, especialmente en la isla de Cuba, de aspirar humo procedente de una misteriosa hoja enrollada. A pesar de que la reina Isabel la Católica prohibió el tabaco en su corte, por considerar sus humos perjudiciales, en Francia se introdujo la moda de fumar por influencia de la reina Catalina de Médici, quien fue obsequiada con unas semillas de esta planta por el embajador Juan Nicot, al que debe su nombre la conocida nicotina.
Durante mucho tiempo el tabaco estuvo prohibido en España, por las dudas que suscitaba en cuestiones sanitarias y de moralidad a los distintos gobernantes, aunque se cultivó de forma experimental en algunos cigarrales de Toledo. Es posible que esto tenga relación con la palabra cigarro, aunque no se sabe a ciencia cierta. La ópera Carmen de Bizet (1875), cuya protagonista es cigarrera en Sevilla, convierte en símbolo nacional la fabricación de tabaco.
La expansión del cultivo en España se produjo a partir del año 1924, siendo el ingeniero agrónomo Horacio Torres de la Serna el que dirigió los ensayos, para intentar mejorar la situación precaria de miles de agricultores en nuestro país. Tras la Guerra Civil, se construyen los Centros de Fermentación del Tabaco, dependientes del Servicio Nacional de cultivo y fermentación del Tabaco, a partir del año 1944. Se crea la empresa Tabacalera en régimen de monopolio para comercializar todo el tabaco peninsular, canario e importado.
En la comarca de Talavera se impulsa el cultivo del regadío a través de las obras del Canal Bajo del Alberche, llevadas a cabo por el Instituto Nacional de Colonizaciones, y se construye el Centro de Fermentación, que actuaría como Jefatura de Zona de la parte oriental de Cáceres, Ávila y la parte occidental de Toledo. Se impulsa la construcción de naves de secadero a partir de la década de los 50. Esta situación atrajo a población de la comarca extremeña de la Vera, que se instaló en el territorio y aportó su experiencia pionera en el cultivo.
En el año 1985 se liberaliza el cultivo y la comercialización del tabaco, adaptándolo a la normativa europea. Desaparece Tabacalera y se crea la Agencia Nacional del Tabaco, que finalmente se suprime en 1991. Diversas causas como la retirada de ayudas económicas, la prohibición del uso de ciertos pesticidas, etc. hacen que el cultivo deje de resultar rentable y se abandone en la comarca, quedando como recuerdo de esta época sus antiguos secaderos, a merced del paso del tiempo.
EL SECADERO DE TABACO COMO EJEMPLO DE CONSTRUCCIÓN BIOCLIMÁTICA
La obtención del producto del tabaco pasaba por dos fases. La primera fase de curado se realizaba en el secadero, cercano a la zona de cultivo, donde la planta perdía toda el agua almacenada en sus hojas. La segunda fase, era la de fermentación, y se realizaba en el Centro de Fermentación de referencia de la zona. Para conseguir el secado, las plantas de tabaco, de aproximadamente 1.20 de altura, se colgaban boca abajo, atadas de unas cuerdas, en varios niveles. Este era un trabajo muy duro, y a veces peligroso, que se realizaba a finales del mes de agosto y principios de septiembre, en el caso de las modalidades de tabaco negro (Burley). Normalmente era realizado por jornaleros y medieros. Se empleaban en estas faenas familias enteras. Las mujeres y las niñas recogían las hojas sueltas y las cosían en ramilletes, para aprovechar al máximo toda la cosecha.
El secadero es una construcción ingeniosa, que aprovecha las corrientes de aire moduladas por sus celosías, huecos inferiores y chimeneas superiores, para garantizar la adecuada ventilación. El material más utilizado es el ladrillo cerámico. Se orienta en función de los vientos predominantes de la región, haciendo coincidir con la dirección de éstos, su eje longitudinal y en el interior dispone de pasillos que permiten la circulación de aire y la vigilancia del proceso. A través de sus fachadas cerradas, pero permeables, se consigue un ambiente de sombra bien ventilado.
Según las conclusiones de los estudios de Tomás Award, el secadero es un tipo de construcción bioclimática de producción. Un edificio bioclimático es aquel que integra el contexto social, económico y ambiental, de tal forma que reduce al mínimo el consumo de energía y el gasto, para conseguir su objetivo. Desde un punto de vista cultural, se convierte en un edificio interesante, puesto que aúna los saberes de la agricultura y de la arquitectura industrial, y se erige como símbolo de una época y de unos modos de vida que han desaparecido en la comarca.
Ya no se escuchan los cantos de los jornaleros en la vega del Tajo, ni se oyen murmullos del viento acariciando las hojas a través de las celosías. El tiempo del cultivo de tabaco se ha consumido, como el agua en las acequias. Los techos de los secaderos se caen, dejando al descubierto un triste escenario de cuerda y vacío. Pero, tal vez lo que queda de estos rascacielos rurales, nos sirva para recuperar las huellas de nuestro pasado local más reciente, pues “ la arquitectura es el testigo menos sobornable de la historia “ (Octavio Paz, 2012).
